Héctor Perea camina bajo la niebla matutina, casi de madrugada, por el barrio de los Frutos. Camina solo, sin que esto sea un hecho aislado de su vida, más bien, algo habitual. Lleva su gabardina larga de color marrón, su sombrero, unos pantalones de traje y sus habituales zapatos a juego con la gabardina. Los que le conocen, intuyen bajo esa gabardina una camisa blanca, un chaleco azul marino, y una especie de tirantes de cuero para llevar su pistola. También va fumando. Parece un hombre de hábitos, misma indumentaria, misma actividad, mismos vicios.
Atrás quedaron los tiempos en que era un joven entusiasta y desenfadado, con ganas e ilusión por vivir, por emprender, por descubrir. Por aquella época acababa de entrar en el cuerpo de policía, y tenía toda una vida por delante. De soslayo miraba a esa chica del barrio de piel morena y pelo castaño, cara risueña y juventud. Inventaba argucias, y aprovechaba otras tantas para llamar su atención, para conquistarla y, cuando ella estaba en peligro, para protegerla.
También quedaban atrás los tiempos en que llegó a ser el comisario más joven de España, y por qué no, el más eficiente. Sin embargo, posiblemente también fuera el más íntegro, y ello acabó por destruir muchas de sus ilusiones; el resto, fueron destruidas por su matrimonio fallido y la muerte de un hijo que nunca llegó a salir del vientre de su esposa.
Esta mañana, y desde hace algún tiempo, Héctor es un lobo solitario que añora muchas cosas de su pasado, pero sobre todo a su mujer. Por la contra, tiene un negocio como detective y un compañero de trabajo y de la vida incondicional, siempre leal y preocupado por su jefe, a pesar del mal humor de éste. Quizás este compañero de Héctor no le abandona porque es quien mejor le conoce, el único que comprende que bajo esa piel de lobo, y de solitario, se esconde un hombre herido, un hombre sin esperanza que se aferra a su trabajo porque no tiene otras cosas a las que aferrarse, un hombre que en sus arrebatos de soberbia e ira no hace otra cosa que demandar cariño y amor por todos los poros de su cuerpo hasta desgañitarse, una demanda de auxilio tan fuerte que corre el riesgo de quedarse afónico.
Él mismo se da cuenta de que su vida no es vida, es un autómata que se quedó anclado en el pasado y está en stanby a la espera de que alguien de una palmada, le despierte y todo vuelva a ser como era antes, cuando al despertarse tenía a su mujer al lado y ésta le preparaba el desayuno para que no llegara tarde a la comisaría. Tal vez porque pese a todo no está dormido realmente, es consciente de que debe empezar a movilizarse para no ser un fósil, y por ello ha decidido dejar de vivir en su despacho de detective y buscar un piso pequeño donde vivir. Lo que Héctor hará con su vida queda a merced de los guionistas, y lo iré comunicando.
Fdo: Nena Nenita
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